Veo y me enteró por los medios de comunicación, la agotadora tarea que realizan algunas organizaciones protectoras de los derechos ciudadanos que ponen a disposición de los migrantes centroamericanos sus refugios o albergues…
Mi Columna
Aquí hay mucha tela de…
Por Carlos Robles Nava
Veo y me enteró por los medios de comunicación, la agotadora tarea que realizan algunas organizaciones protectoras de los derechos ciudadanos que ponen a disposición de los migrantes centroamericanos sus refugios o albergues, así como sus constantes y permanentes llamados a las autoridades estatales para que no se porten mal con los migrantes y la también Iglesia Católica, mi religión e iglesia, con su constante lucha que diariamente hace para que no se discrimine a los migrantes, aunque aquí, precisamente en nuestro Estado de Coahuila, hay casos reales y constantes de la explotación laboral en el campo y no se hace nada.
No estoy en contra de la labor de esas organizaciones particulares y de las acciones del clero, pero si en desacuerdo de que éstas dan el remedio y se quedan con el trapito, es decir, tanto que insisten de que se respeten los derechos humanos de los migrantes, particularmente los que proceden de Guatemala, El Salvador y Honduras y no intervienen con las explotaciones que se registran aquí en nuestras tierras o fueros.
El problema no es nuevo, data de hace años y se repite constantemente y me refiero a la contratación en circunstancias y situaciones además de inhumanas, mezquinas y llenas de total injusticia social desde hace años y cada vez que se inicia la temporada de cosechas como es la de algodón, melón, uva, tomate, sandía y otros productos que requieren de pizcas o cosecha a mano.
Cada año, repito, de Veracruz y Tabasco, además de otras Entidades sureñas, pero preferentemente de las dos mencionadas, los sembradores y comerciantes de productos agrícolas, “importan” cientos y hasta miles de jornaleros campiranos para levantar las cosechas según la temporada.
Los traen con el imán y mentira de que se les dará un salario arriba de 150 o 200 pesos diarios; techo, comida y otras atenciones que a final de cuentas se reduce no solo al incumplimiento de un salario más bajo que el ofrecido, sus campamentos o albergues llamados “techos” parecen ratoneras por lo amontonado e inmundicias que tienen que soportar, pues ya están aquí y qué pueden hacer, es la frase repetitiva de esos jornaleros del campo “importados” del Sur.
La historia se repite año por año y como esta gente traída a levantar cosechas agrícolas no sale de ese entorno campirano o rural, aguantan hasta que terminan de levantar los productos del campo, es decir, su sufrimiento y condiciones infrahumanas solo ellos las conocen y los patrones que los contratan y explotan miserablemente, pues no salen a las calles a mendigar la ayuda del prójimo.
De su existencia de siempre han sabido nuestros jerarcas católicos, los líderes de los albergues para migrantes centroamericanos, pero defender injusticias de trabajadores mexicanos no atrae reflectores para esos “voceros de las víctimas de la discriminación de las autoridades mexicanas”, al menos así hacen su propaganda los que velan por los centroamericanos que van de paso por Torreón, Saltillo, Piedras Negras o Acuña.
Un caso real de los muchos que existen, se conoció en días pasados, precisamente la noche del domingo cuando un grupo de los más de cien jornaleros agrícolas “importados” de Veracruz, riñeron ante los efectos de las “chelas” y tras fuerte discusión se pelearon y hubo un lesionado por lo que acudieron las autoridades ministeriales.
Más que la escandalera y golpes de la riña, se puso de manifiesto que en la empresa Parras Valley Tomatoes, instalada en Parras de la Fuente, Coahuila, conocida como la “tomatera” trajo para levantar su cosecha buen número de jornaleros agrícolas originarios de Veracruz, con la promesa de pagar 150 pesos diarios; “techo digno”, “buena” alimentación, salud “digna” y otras cosas más que han sido incumplidas y que el sueldo ofrecido quedó en 100 pesos al día; el techo “digno” se convirtió en un hacinamiento antihigiénico e inseguro y la alimentación quedo en “buena, pero para nada y menos para consumo humano”. De servicio médico, ni se diga, porque ni siquiera un miserable curita, un Vick Vaporub o mentolato reciben para atender un desgraciado catarro o una simple herida.
Para que dan tantos brincos nuestras autoridades laborales, eclesiásticas y los protectores de los centroamericanos, si aquí en la Entidad hay mucha tela de donde cortar o que hacer si de hacer el bien se trata o es, insistimos, “si velar por nosotros mismos los mexicanos no atrae los reflectores que buscan”.(www.intersip.org)